La Anciana Del Parque.


El día se presenta frío, despejado y el sol parece reflejarse por completo en un pequeño lago, dando la impresión de iluminar todo el parque en el que se encuentra, resaltando la brillante humedad de las Acacias que rodean una plaza provista de bancos y mesas de piedra lustrada.
Apenas comienza a caer el rocío, una anciana encorvada y vestida de harapos grises llega a la plaza cargada de bolsas de pan duro, sentándose en el último banco de piedra junto al lago. La señora se muestra tan fría y seria como la piedra en que está sentada, y comienza a dar de comer a patos y ocas que acuden a su temprana llegada.
La gente comienza a frecuentar el parque a lo largo del día pero nadie repara en ella, nadie nunca lo hace, al menos no hasta ese mismo día en que un chico frustrado y con ojos llorosos se sienta junto a ella y sin mirarle a la cara comienza, para asombro de la anciana, a hablarle sobre él mismo y sobre ella.
-          No te creía capaz de volver a hacerme daño- suelta el chico con lágrimas en los ojos, la sola presencia de la anciana lo atormenta -, La magnitud de este golpe ha sido terriblemente doloroso.
La anciana se vuelve hacia él aprensiva, contestándole de forma pausada y monocorde.
    -     Verás Chico, entre el nacimiento y la muerte está el deseo, el deseo de vivir, de amar, de hacer el bien… es la fuente de todo el sufrimiento.
-          ¡Pues te aseguro una cosa!- estalla el chico -, Aguantaré todos los golpes que me tengas reservados y juro que no podrás conmigo, esta vez iré yo a por ti, prepárate.
Y sin más se levanta y se marcha, dejando a la anciana un tanto abrumada durante un instante, no así continúa con su quehacer dando de comer a las aves del parque.
El tiempo pasa inevitable e impertérrito hasta el momento en que la frescura de una mañana primaveral, una renovada anciana vestida con ropajes nuevos de vivos colores se encuentra recolectando flores en un jardín botánico. Se dirige hacia un esplendoroso rosal a sabiendas que allí no se encontraría aun a nadie, a nadie excepto al joven de hacia un año que esta vez la esperaba ansioso, sentado con una rosa roja en la mano y una pequeña manta sobre sus piernas.
La anciana le hace un gesto con la cabeza dedicándole una mirada seria y serena, cuando de pronto el chico le comienza a hablar haciéndole a su vez un gesto, para que se sentara junto a él.
-          Atiéndeme anciana, no quiero que te distraigas mientras escuchas lo que te he venido a decir- se detiene por un momento hasta que la anciana asiente mientras se sienta, el chico de pronto nota la calidez de su compañía -, verás, resulta que me he descubierto lleno de las riquezas que siempre soñé con tener. Llegaron cuando me rehusé a buscarlas; primero una madre capaz de darme la atención que siempre necesité obtener – el chico comienza a reír mientras sus recuerdos comienzan a surgir de forma ordenada -; Luego una chica con el poder de ofrecerme todo el amor del que en algún momento me privaste y junto a ella, la suerte de un tesoro del que jamás me sentí con derecho a obtener por difíciles que fueran mis tiempos. Una familia inusual que no es la mía y que, de forma altruista, me hace sentir como uno más entre ellos. Me apoyan y no se despegan de mí en los momentos duros y se preocupan porque sea un hombre de los pies a la cabeza, sin la necesidad de que tú me golpees ó me lleves por caminos indeseados. Y lo mejor- dice sonriendo -,  lo mejor es que alegan hacerlo de muy buena gana.
El chico se da un respiro, las emociones se le acumulan en la garganta, y unas lágrimas dulces surgen de sus ojos mientras continúa.
–        He de admitir, anciana, que en algún momento te he llegado a odiar. Pero me he dado cuenta de que todo por lo que me has hecho pasar me ha llevado, de forma irrefrenable, a toparme de bruces con este tesoro y eso te lo tengo que agradecer.-
Sin más se levanta, secándose las lagrimas discretamente con la manga y arropa a la anciana con la manta que traía consigo que, rápidamente, la reconforta frente al frío de la mañana y le coloca la rosa en el regazo. 

 “Al fin mi vida me sonríe”.

Fdo: Iruam Onodhrim “El Relatante”